Uno de los mejores hallazgos entre los pergaminos de Fray
Leandro fue develado por fin. En cinco pergaminos seguidos se narra una de las
batallas tenidas entre Trusio y un grupo de rebeldes. En este pasaje Fray
Leandro nos demuestra una capacidad de escritura más juvenil y una narración fantástica
de acontecimientos. Nuestros expertos piensan que esta etapa del libro de Fray
Leandro fue escrito mucho tiempo antes que el resto. A continuación el relato:
Sencillamente no hay nada bueno en la guerra. |
Corría el año de nuestro señor 1360 cuando los rebeldes
del norte regresaron de su destierro y atacaron el reino de Trusio durante el
reinado de Flacio. Por ese tiempo yo ya era el consejero de este monarca y se
me preguntaba por todo suceso que aconteciera en el reino dada la confianza que
había sabido ganarme en la corte. El General Bernardo el Fiero se presentó ante
el Rey Trusio tiempo después que comenzarán las primeras revueltas al norte del
reino.
—Su
majestad —dijo el general al mismo
tiempo que se quitaba el casco de la cabeza —los rebeldes han tomado todos los
poblados del norte y han matado a mujeres y niños sin permitir tregua alguna.
El rey Flacio siempre había demostrado
ser un monarca piadoso, pero ante la noticia que acababa de recibir no hizo más
que explotar en toda suerte de groserías que lastimaron los oídos de todos los
de la corte. Los míos creo yo fueron los que más sufrieron al ser yo un hombre
de Dios. Lo siguiente que la corte escuchó de la boca del rey, algunos tuvieron
que destapar sus oídos para oírlo, fue que el reino de Trusio iba a sacar sus máquinas
de guerra. El primer ofendido ante esta noticia fui yo mismo.
—Su majestad —le dije —había
usted decidido que las máquinas no iban a ser usadas para la guerra más que con
su hermano. Los rebeldes no tienen con que defenderse ante estos ataques y su
hermano, usted disculpe, si tiene la fuerza para defenderse. Esto es injusto.
—Mi querido consejero —me contestó
el monarca con voz enérgica —no hablemos de justicia ahora. ¿Dígame usted si
fue justo que los rebeldes asesinaran a mujeres y niños indefensos en los
poblados?
A decir verdad el monarca me había
dejado sin ningún argumento y no tuve más remedio que agachar la cabeza y
volver a mi lugar. Mis más antiguos temores sobre el uso de las máquinas en la
guerra se iban a volver una triste realidad y esa noche no pude dormir pensando
en las consecuencias que la decisión de mi rey tendría en esa batalla. Tan solo
48 horas después recibiríamos el informe de la batalla que se había librado
contra los rebeldes con una narración fantástica por parte del cronista del ejército.
El General Bernardo el Fiero
salió esa misma tarde con 200 hombres de a caballo, 500 hombres de a pie y 25
máquinas de guerra. Estas horrendas monstruosidades de metal eran llamadas por
los ingenieros, sus creadores, Elefantes de Metal o simplemente Demoledores.
Eran monstruosas máquinas de metal con un grosor de 25 centímetros en toda su
coraza. Estas máquinas eran movidas por una mezcla de gases que, según me
explicó un ingeniero que se volvió buen amigo mío, movían una serie de engranes
de la misma forma que un péndulo mueve un reloj, pero utilizando la fuerza de
la presión contenida del vapor de agua. Hacían que el agua hirviera por medio
de calor dentro de un gigantesco recipiente de metal y después soltaban un
ligero hilo de vapor sobre un engrane con lo que giraba de la misma forma que
un molino por la acción del viento o el agua. Los engranes movían otros
engranes que a la vez también movían las ruedas que hacían que la máquina se desplazara.
Ahora entiendo un poco como funcionaban y me parecen ingenios de la trastornada
mente humana, pero en su momento solo me parecían obra del demonio.
Los Elefantes de Metal tenían un
artilugio que también funcionaba con vapor de agua y que era capaz de lanzar
bocanadas de fuego de las fauces de la máquina. Este mismo aparato también era
capaz de lanzar bolas de caucho ardiendo rellenas con alcohol que explotaban al
chocar contra algo. ¿Cómo podrían defenderse contra esto hombres que solo tenían
espadas y arcos?
El General Bernardo el Fiero
llegó hasta el campo de batalla por la mañana y alcanzó a ver a los rebeldes
aún sumergidos en sus sueños. Tan solo un pobre vigía encaramado en lo alto de
una torre de madera toscamente construida alcanzó a ver el gran ejercito de
Trusio y no fue capaz de hacer nada al quedarse perplejo ante la imagen de los
Elefantes de Metal. Al fin otro vigía dio la voz de alarma con un viejo cuerno
que movió los tímpanos de los oídos de todos los presentes. Miles de hombres se
levantaron de súbito para solo encontrase con bolas de fuego ardiente cayendo a
diestra y siniestra. Muchos murieron en cuestión de segundos y el General
Bernardo se sentía dichoso de no tener que luchar esa mañana.
El General rebelde no se
inmutó ante la visión de las máquinas que a sus ojos eran demonios a las órdenes
de Trusio. Como un centinela el general rebelde ordenó a la caballería que
montara y saliera a todo galope del alcance de las máquinas dejando atrás a más
de la mitad de sus hombres. El General Bernardo viendo como huían detuvo el
fuego de las máquinas y ordenó a la caballería pasar por la espada a todos los
sobrevivientes del campamento. Esa misma tarde el General Bernardo descansaba
en la propia casa del General rebelde mientras veía las llamas de una enorme
fogata en la que se quemaban miles de cadáveres rebeldes y algunos hombres de
Trusio. El General Bernardo ordenó a sus hombres destapar todos los barriles de
vino y celebraron durante toda la noche. Los gritos y algarabíos se escuchaban
en todo el campamento. Esta alegría fue escuchada por un hombre en lo alto de
una colina que después de sonreír para sí mismo tomó la rienda de su caballo y
dio media vuelta perdiéndose en la oscuridad de la noche.
A la mañana siguiente el
General Bernardo, según el mismo me contó una noche de copas, se despertó con
la resaca más fuerte que había sentido en su vida. Eso después no fue cierto
porque hubo otra mañana donde despertó peor. Lo único que el General Bernardo
pudo sentir al despertarse fueron unas ganas terribles de ir al baño. Sus ojos no
le dejaban ver nada, siempre que tomaba se le nublaban por horas. El General
Bernardo se tambaleó hasta la salida de su tienda y se dispuso a hacer sus
necesidades cuando sintió una navaja colocarse en su barbilla.
—No haga eso General —le dijo
una voz desconocida.
—¿Quién anda ahí? —fue la
respuesta normal del General Bernardo ante la situación.
—Digamos que usted está
durmiendo en mi casa sin haber sido invitado —le contestó la figura borrosa que
estaba frente a él.
—Me tiene a su disposición —dijo
el General Bernardo —estoy desarmado e indefenso. Puede matarme y más vale que
lo haga.
—Yo no soy como usted —contestó
el general rebelde —yo no mato personas indefensas. Usted no tiene arma para
defenderse y no está listo para luchar. No. Yo no soy como usted.
La figura borrosa se perdió
tan fácil como había llegado y el General, según me contó, sintió la vergüenza más
terrible que había sentido en su vida. Eso de igual forma después no fue cierto
porque hubo otro día en que sintió mayor vergüenza. Lo siguiente que el General
Bernardo recuerda es una terrible explosión a derecha, otra a izquierda y después
alrededor de 23 explosiones más a todo alrededor. Bernardo se arrojó al piso
con el pantalón bajado y se tapó los oídos. Un par de horas después cuando
recuperó la vista lo único que miró fueron todas sus máquinas destruidas, la
mitad de sus hombres decapitados y la otra mitad saliendo tambaleantes de sus
casas de campaña todavía adormilados por la resaca de la noche anterior. Sus
hombres apenas salían a ver qué había pasado.
Aquella tarde cuando el
informe llegó a manos del Rey Flacio se volvieron a escuchar cientos de
palabras altisonantes que hicieron que los miembros de la corte volvieran a tapar
sus oídos. Se podría decir que después de aquello el General Bernardo aprendió
dos grandes lecciones: no subestimar al enemigo y no volver a beber durante le
guerra. Se podría pensar eso, pero no aprendió ninguna de las dos.
Con esta batalla, me avergüenzo
de decirlo, pero me sentí muy alegre. El motivo de mi alegría era que habita
tenido razón al final de todo: la astucia natural del hombre es más peligrosa
que sus creaciones. Aunque ambas vienen de la misma cabeza: una es natural y
otra no.
La guerra solo genera destrucción. |
Después de esta narración fantástica
he de decir que aún quedan algunos pergaminos más de Fray Leandro por resolver,
pero poco a poco vamos mejorando la técnica que saca las palabras de los
pergaminos roídos por el tiempo. Sobre el libro perdido del Relojero que Daniel
escribió, la pista se hace cada vez más evidente y casi estamos por
localizarlo. Hemos encontrado algunos libros perdidos en la vieja biblioteca
que se mencionó en anteriores entregas.