viernes, 15 de marzo de 2013

Una curiosa anécdota...



Escarbando entre los pergaminos de Fray Leandro encontramos este que cuenta una curiosa anécdota de este personaje con un rey de Acrusia que conoció personalmente. Hemos querido colocarla porque se sale un poco de la prosa tradicional de este hombre de Dios para entrar en un terreno diferente en un intento por realizar un humor que no está muy bien logrado. A continuación el relato:





El sexto rey de Acrusia fue el monarca Sancho el Gigante. A este bonachón hombre lo conocí personalmente en una visita que realizó al monasterio donde me formé como fraile franciscano. Recuerdo todos los acontecimientos como si hubiera sido ayer por la impresión que tuve al conocer un rey en persona. Tiempo después yo trataría con más reyes de los que hubiera querido. Yo tenía doce años en aquel momento cuando el fraile portero nos llamó a todos al patio principal secundados por al padre Prior. El rey se acababa de bajar de su carruaje en una mañana húmeda. No había dejado de llover en toda la noche. El padre superior tenía la costumbre de juntar el agua de la lluvia que bajaba de los canales de los techos para regar las plantas en tiempos de mayor sequía. Para este fin colocaba un balde en cada corriente que se generaba en los tejados por la lluvia, pero teníamos estrictamente prohibido beber de esa agua porque las palomas y demás aves hacían sus necesidades en el techo y el agua estaba llena de estos excrementos. En aquel tiempo todas las tareas se realizaban a mano porque las horrendas maquinas que hacían todo por el hombre aún no habían sido inventadas por el horrendo personaje al que todos llaman relojero.



El rey Sancho era un hombre bonachón y bastante alegre que divertía a todo el que se pusiera en su camino, pero tenía un defecto que tienen todos los nobles que es tomar lo que necesiten sin antes preguntar. El viaje desde su palacio en la colina real hasta el monasterio eran por lo menos dos horas de viaje y el rey no se había acompañado más que de vino. La sed se le notaba en su lengua que colgaba como collar delante de su rostro. Cuando el rey entró por la puerta saludó a todos con su aire bonachón y los monjes tan solo hicieron una reverencia agachando un poco la cabeza al mismo tiempo que el padre Prior iba a su encuentro para saludarlo más formalmente. El rey esquivó al padre Prior de un ligero brinco a la derecha y con las dos manos tomó uno de los cubos de madera que recogían el agua de lluvia y se lo llevó a la boca de la misma forma que se haría con una pinta de cerveza. El agua le chorreaba por los lados de su cabeza bañando su gruesa barba. El padre Prior intentaba explicarle al rey porque no debía beber esa agua a la par que el monarca le daba las gracias por tan exquisita bebida. El padre Prior al final desistió de decirle y mucho me temo que el rey muriera sin saber que había bebido sin tener conocimiento agua de las letrinas de las palomas y pichones.



No volví a ver a su majestad hasta que en su lecho de muerte daba aquel tan inusual veredicto frente a sus dos hijos de…





El resto del relato se encuentra en un pergamino que no hemos sido capaces de descifrar porque el paso del tiempo ha hecho más estragos en él, pero estamos trabajando duro para tenerlos informados sobre el curso de los acontecimientos.


Esta historia continuará…
 

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