Escarbando entre los pergaminos de Fray Leandro encontramos
este que cuenta una curiosa anécdota de este personaje con un rey de Acrusia
que conoció personalmente. Hemos querido colocarla porque se sale un poco de la
prosa tradicional de este hombre de Dios para entrar en un terreno diferente en
un intento por realizar un humor que no está muy bien logrado. A continuación el
relato:
El sexto rey de Acrusia fue el monarca Sancho el Gigante. A este
bonachón hombre lo conocí personalmente en una visita que realizó al monasterio
donde me formé como fraile franciscano. Recuerdo todos los acontecimientos como
si hubiera sido ayer por la impresión que tuve al conocer un rey en persona. Tiempo
después yo trataría con más reyes de los que hubiera querido. Yo tenía doce
años en aquel momento cuando el fraile portero nos llamó a todos al patio
principal secundados por al padre Prior. El rey se acababa de bajar de su
carruaje en una mañana húmeda. No había dejado de llover en toda la noche. El padre
superior tenía la costumbre de juntar el agua de la lluvia que bajaba de los
canales de los techos para regar las plantas en tiempos de mayor sequía. Para este
fin colocaba un balde en cada corriente que se generaba en los tejados por la
lluvia, pero teníamos estrictamente prohibido beber de esa agua porque las
palomas y demás aves hacían sus necesidades en el techo y el agua estaba llena
de estos excrementos. En aquel tiempo todas las tareas se realizaban a mano
porque las horrendas maquinas que hacían todo por el hombre aún no habían sido
inventadas por el horrendo personaje al que todos llaman relojero.
El rey Sancho era un hombre bonachón y bastante alegre que divertía
a todo el que se pusiera en su camino, pero tenía un defecto que tienen todos
los nobles que es tomar lo que necesiten sin antes preguntar. El viaje desde su
palacio en la colina real hasta el monasterio eran por lo menos dos horas de
viaje y el rey no se había acompañado más que de vino. La sed se le notaba en
su lengua que colgaba como collar delante de su rostro. Cuando el rey entró por
la puerta saludó a todos con su aire bonachón y los monjes tan solo hicieron
una reverencia agachando un poco la cabeza al mismo tiempo que el padre Prior
iba a su encuentro para saludarlo más formalmente. El rey esquivó al padre
Prior de un ligero brinco a la derecha y con las dos manos tomó uno de los
cubos de madera que recogían el agua de lluvia y se lo llevó a la boca de la
misma forma que se haría con una pinta de cerveza. El agua le chorreaba por los
lados de su cabeza bañando su gruesa barba. El padre Prior intentaba explicarle
al rey porque no debía beber esa agua a la par que el monarca le daba las
gracias por tan exquisita bebida. El padre Prior al final desistió de decirle y
mucho me temo que el rey muriera sin saber que había bebido sin tener
conocimiento agua de las letrinas de las palomas y pichones.
No volví a ver a su majestad hasta que en su lecho de muerte
daba aquel tan inusual veredicto frente a sus dos hijos de…
El resto del relato se encuentra en un pergamino que no
hemos sido capaces de descifrar porque el paso del tiempo ha hecho más estragos
en él, pero estamos trabajando duro para tenerlos informados sobre el curso de
los acontecimientos.
Esta historia continuará…
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